domingo, 27 de enero de 2013

67 AÑOS DE AUSTCHWITZ


Pubicado el 27/01/12

Hoy se cumplen 67 años que las tropas rusas descubrían el campo de concentración de Auschwitz, a pesar de los intentos frustrados de las tropas nazis en retirada por ocultar las pruebas del horror. Hace solo 67 años. Es mucho o poco tiempo, segun lo queramos mirar. Han pasado tres generaciones desde entonces y a las más nuevas les suena como algo muy lejano e inocuo, como si de una anécdota macabra de la historia se tratara.

Pues creo que no se debería olvidar. No se puede pasar página de aquel horror. He tenido la, no se si llamarlo fortuna o desgracia, de ver un campo de concentración nazi. El campo de concentración de Mathaussen, en Austria, tras el de Auschwitz, el más macabro de cuantos hubo. Los asesinatos y atropellos indignos a los seres humanos que allí se cometieron, insisto, no hace tanto tiempo, te encogen el alma. Pasear por aquellos pasillos... entrar en la cámara de gas... ver un horno donde se cremaban los cadáveres... entrar en las salas de tortura... acceder a los barracones donde se hacinaban los moribundos presos... sobrecoje el alma. No hay palabras para describir lo que allí sucedió. Escapa a todo lógica moral.

Siempre que recuerdo cuando visité Mathaussen cuento la anécdota de como transcurrió la visita. Estabamos recorriendo la Ruta del Danubio en bicicleta, desde el sur de Alemania hasta Hungría. Era el séptimo día de la travesía y salíamos de la bonita ciudad de Linz, donde habíamos pasado una noche genial en un pub con música en directo y varias cervezas de la casa. Con esa alegría nos dirigimos a Mathaussen, como si de otra atracción turística se tratara. Incluso titubeamos a la hora de ir. Precisamente porque idea de lejanía que las generaciones más jóvenes tenemos de ese horror hace que pareciera que ibamos a un cementerio de visita guiada.

Aquella alegría con la que ibamos por nuestra ruta se apagó pronto. Solo de entrar allí, un escalofrío recorre todo tu cuerpo. El aire se carga y cuesta respirar. Sientes un vacío enorme en tu interior. Una extraña mezcla de pena, rabia, impotencia y desesperación. Recuerdo que salimos de Mathaussen y continuamos nuestra marcha en bicicleta. Una marcha que durante una semana había sido alegre en cada minuto se tornó en más de dos horas de silencio. Ninguno de los cuatro que ibamos en ese grupo tenía fuerzas para hablar. Simplemente, las palabras no salían. Había una necesidad muy grande de reconciliarse con uno mismo.

De aquella experiencia, solo puedo decir que me cambió la vida. Toda una lección de lo importante que son la tolerancia y el respeto a los demás. Una lección que no debe ser olvidada. Todo el mundo debería proponerse, al menos una vez en la vida, conocer aquel horror de cerca, para valorar más lo que somos, por encima de cualquier diferencia que pueda existir. Una lección que no se puede olvidar. Demasiado dura para permitir que se entierre en el tiempo y se vuelva a repetir, porque el hombre ha demostrado que cuando despliega el odio y su maldad en todo su apogeo, puede ser el peor demonio que jamás habite en el universo.

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